miércoles, 30 de enero de 2013

XOOWMAGAZINE29 P267 #xoownature ÍBICE IBÉRICO



EL ÍBICE IBÉRICO o CABRA MONTÉS 

(Capra pyrenaica)

El íbice ibérico es una especie muy autóctona de la Península Ibérica con un gran dimorfismo sexual, al igual que muchos otros bóvidos. Las hembras suelen medir 1,20 metros de largo y otros 60 de altura en la cruz, pesando entre 30 y 45 kilos. Posee unos cuernos bastante cortos y tiende a parecerse bastante a una cabra doméstica. Sin embargo, los machos pueden llegar a los 148 centímetros de largo y tener una altura de 77 centímetros en la cruz, alcanzando un peso máximo de unos 110 kilos. El color y longitud del pelaje varía según las subespecies y la época del año, siendo más largo y grisáceo en invierno. Tras las mudas de pelo de abril y mayo, el color es pardo o canela, con manchas oscuras en la parte inferior de las patas que en los machos adultos pueden extenderse hacia los costados, hombros y vientre. La parte central de éste es blanca en ambos sexos, y la cola negra y corta. Se conocen cuatro subespecies de cabras montesas, dos de las cuales se han extinguido en tiempos recientes Capra pyrenaica hispanica, con una distribución discontinua   que se extiende por las cordilleras cercanas al Mar Mediterráneo. Alcanza su mayor concentración en Sierra Nevada. Capra pyrenaica victoriae, distribuida de forma desigual en las cordilleras del centro y norte de España. Su principal población está en la Sierra de Gredos, donde moran unos 10.000 ejemplares. Considerada subespecie cinegética, bajo ciertas restricciones. Capra pyrenaica pyrenaica, subespecie-tipo situada originalmente en los Pirineos franceses y españoles, llamada popularmente bucardo. El último ejemplar murió en enero de 2000. Capra pyrenaica lusitanica, era conocida como ‘mueyu’. Distribuida originalmente por las montañas fronterizas entre Galicia y Portugal, se extinguió en 1892 en la Sierra de Geres (Portugal). Son animales sociables, pero cambian a menudo de manada. Ésta puede estar constituida por machos adultos, hembras con sus crías o adolescentes de ambos sexos (en este último caso, sólo durante el verano). Los machos y las hembras adultas se reúnen en la época de celo, en los meses de noviembre y diciembre –caracterizados por los violentos combates cabeza contra cabeza de los machos. La inversión en masa testicular es un factor muy importante en los procesos de selección sexual. En el íbice ibérico esta inversión es mayor durante la temporada de celo, especialmente en edades en las que los individuos son subordinados y optan por una estrategia reproductiva de persecución y no de monopolización  de la hembra. Y las crías (una por parto) suelen nacer por el mes de mayo. Habitan tanto en bosques como en extensiones herbáceas, en cotas montañosas de entre 500 y 2.500 metros de altura. La dieta es predominantemente herbácea, aunque en invierno se torna más arbustiva. Si es necesario, excavan en la nieve para acceder hasta la vegetación. Sus depredadores naturales son lobos, osos y águilas, y su caza por el hombre ya se producía en la Prehistoria, primero a cargo del hombre de Neandertal. Son abundantes sus restos en las cuevas paleolíticas y aparece representada con frecuencia en las pinturas rupestres. Con la introducción de la agricultura y el aumento de la población humana (y con ello, de la caza), su población desapareció de varias zonas y en otras menguó ostensiblemente.
En tiempos recientes, el hecho de ser una especie única en el mundo, endémica de la Península, la convirtió en una cotizada especie de caza mayor. Se tiene constancia de la llegada expresa de cazadores procedentes de Francia y el Reino Unido durante los siglos XIX y XX, especialmente al Pirineo, buscando cazar algún ejemplar y conseguir un trofeo. Ya a finales del siglo XIX, la población de cabra montés estaba en rápida regresión. No fue hasta 1950 cuando comenzaron a crearse numerosas reservas para proteger la cabra montés, aunque en muchos casos no se crearon políticas adecuadas al efecto. La extinción reciente del bucardo se debe en buena medida a ello, reducido a sólo 20 ejemplares en 1970 y condenado por tanto a la desaparición en unas pocas décadas. La falta de cabras montesas para las cacerías intentó cubrirse con la introducción de otros bóvidos foráneos, como el muflón y el arruí, especies que han tenido un impacto desigual sobre la flora y fauna local y en algunos casos han puesto aún más en aprietos a la cabra montés, pues compiten con ella por los mismos recursos. Las subespecies que sobreviven podrían sumar cerca de 50.000 ejemplares, presentes en su mayor parte en Sierra Nevada, Gredos, las Batuecas, Els Ports, Muela de Cortes, Serranía de Cuenca, Alcaraz, Sierra Madrona, Sierra Mágina, Sierra de Cazorla, Sierra de Segura, los Filabres, Sierra de las Nieves y montes de Cádiz. También se han introducido unas cuantas cabezas en varios puntos del sector peninsular, como la Sierra de Guadarrama o el término municipal de Albaladejo (Ciudad Real). La Junta de Galicia lleva a cabo un plan de reintroducción a gran escala en la comunidad autónoma gallega desde 2003. Mientras que la caza de la especie no está permitida en muchas zonas, en otras, como en Gredos, se usa como medio para controlar su población debido a la escasez de depredadores naturales, a la vez que aporta valiosas aportaciones a las economías locales. En definitiva, como fauna salvaje muy específica de la naturaleza de casi toda la zona montañosa española, al igual que el toro de lidia y las corridas de toros a nivel nacional, es una especie muy característica implantada entre escudos y blasones de estandartes y banderines históricos.
Javier Sánchez-Rubio Llamas