jueves, 23 de mayo de 2013

XOOWMAGAZINE31 P224 #xoowmusic TALLER DE MÚSICS


INDUSTRIA Y CULTURA, UN DÚO A ESCENA

Mi amigo Evelio, el que me cita de vez en cuando para explicarme cómo le va la vida en el mundo de la farándula, de nuevo y con su particular gracejo, me sorprendió con un relato acontecido hace más de un año en el interior de las dependencias institucionales donde se piensa y gestiona la política industrial de la cultura y la creación artística en Catalunya. Resulta que unos compañeros de fatigas le invitaron un día a comer al restaurante El Postín del ensanche barcelonés para instruirle y que les acompañara por la tarde a un encuentro con los responsables de la industria que mueve la cultura en el negociado correspondiente y que habilita para semejantes menesteres el gobierno catalán. Según mi amigo Evelio, o por lo menos eso es lo que él entendió, los faranduleros le convencieron, a pesar de sus reticencias, para que asistiera a una reunión de gran calado comunitario. A él le extrañó tanto empeño por conocer que, detrás de los intereses de la colectividad, siempre aparece algún vecino díscolo, aquel que se mira continuamente la cara a pesar de no tener a mano un espejo. Esa especie de individuos que practican sin rubor el hoy por mí y mañana también por mí. Evelio aceptó el envite y a pesar de sus cábalas en relación a participar en saraos de ese calibre, exigió por activa y por pasiva que el colectivo, antes que los administradores de la cultura industrial cogieran la palabra, tenía que explicar quiénes lo formaban y qué obra querían representar. Sin embargo, al llegar al gran salón del consenso, se encontró con un plan pactado que no se ajustaba para nada al acuerdo alcanzado durante la comida en el restaurante El Postín. Parece ser que el acceso al negociado fue hartamente farragoso. Entre tomar nota de ocho documentos nacionales, pasar por el control del artefacto que detecta si eres portador de metales y los quejidos de los móviles, la entrada se retrasó un cuarto de hora, o lo que es lo mismo, la comitiva se presentó quince minutos más tarde del horario previsto. Evelio, que ya iba con la mosca detrás de la oreja y que por su experiencia en el ámbito farandulero -mi amigo es compositor cómico-, sabe que al administrador de la finca no le sienta nada bien que los vecinos sean impuntuales cuando son convocados al cotarro presupuestario. Después del sellado de manos y tan sólo tomar posesión de los asientos, el máximo directivo de la cultura industrial se sacó de la manga un (in)coherente discurso, o por lo menos eso opina mi amigo Evelio. A renglón seguido machaca sin piedad al octeto, formación que escucha atentamente sin rechistar ni dar réplica. La voz cantante gubernamental argumenta y muestra, cómo dos chaparrones llamados festival, pero cuidando en extremo el lenguaje para que el grupo comprenda que sólo uno merecía el título de relumbrón, traían el goce de la felicidad a través de una lluvia ininterrumpida de gotas perfumadas. Mi amigo Evelio, irascible y apasionado, me comenta que las especiales gotas de agua habían de ser muy jugosas y pertenecientes, sin ambages, al pujante sector de la magia. Escuchadme bien, enfatiza ‘el baranda’, cada gota de agua que cae en Barcelona mientras se desarrolla el evento estrella, viene envuelta en celofán y en el interior de un caramelo de plomo que al chocar contra el suelo se transforma en un euro denominado ‘ranós’. Los estamentos encargados de la meteorología, infalibles al tratarse de nubes de una gran carga eléctrica y por tanto poseedoras de luz y sonido de primerísima magnitud, certifican que son exactamente cincuenta millones de gotas de agua las que caen en Barcelona durante el magnánimo evento, el que mejor ha sabido amalgamar ocio, entretenimiento y cultura, si aparcamos a la feria de abril de Catalunya. Evelio dice que el hombre atestigua que es así cómo en el negociado, saben la cantidad exacta de euros que reporta a los barceloneses la nube ‘ranós’. Cincuenta millones de euros de retorno -toma ya, casi nada-, menudo negocio. Ese es el montante económico que recibe la capital de Catalunya cada vez que el festival de música multimedia toca la tecla adecuada y ordena al cielo que chorree lluvia de gotas milagrosas y las direccione hacia nuestra afortunada Barcelona. Una conclusión cargada de sentido común, como no podía ser de otra manera, debido a que la máxima autoridad industrial de la cultura, es asiduo lector del diario que ofrece la información más plural y que se encuentra a la vanguardia en cuanto a número de creadores de opinión por página. Evelio, mi amigo, cree que se ha quedado corto utilizando el adjetivo de asiduo y postula que merecería un halago mayor, lector empedernido del periódico que mejor detecta los crucigramas de la cultura industrial y creativa de nuestro excelso país. De los ocho invitados sólo Evelio se atrevió a discrepar respecto a la cuenta de resultados de tan magnánima actividad, pero con tan mala fortuna, lógico tratándose de un compositor cómico, que sin venir demasiado a cuento, realizó una disertación sobre el precio del alcohol en Catalunya y a los impuestos que gravan al mismo líquido en otros países europeos. No había necesidad de abrir esa brecha, quizá fue una respuesta a las excesivas loas que el interlocutor gubernamental, convertido por una tarde en el dartañán portavoz que los tres mosqueteros andan buscando, lo que provocó el agrio rechazo de mi amigo Evelio. Los otros asistentes no reaccionaron pasando a ser sordomudos temporales o bien, en aquellos momentos de tensión, entendieron el grave error de invitar a tan delicada reunión a Evelio, personaje que sufre de cierto trastorno emocional. Tampoco quisiera justificar la acción de mi amigo, lo que ocurre es que cuando te apabullan con cifras, cantidades y números, a uno se le nubla la vista y nada más ve extranjeros visitando los espacios ‘ranós’. Y entonces interioriza que el turismo con poder adquisitivo de nuestros hermanos europeos, si además de una exquisita oferta musical la riegas con alcoholes de calidad a precio de saldo, la cabeza se te infla y no tienes más remedio que acudir a la farmacia de turno a adquirir pastillas que te amortigüen el dolor. Resumen del primer acto en sentido figurativo: los representantes de los gremios del comercio tradicional son convocados a un encuentro con el director general del ramo y la máxima autoridad les da un repaso sobre las virtudes de las grandes superficies y los beneficios que reportan estos macroespacios al territorio debido a que los turistas están muy avezados a las ofertas de productos en serie. ¿Se imaginan las caras y la actitud de los comerciantes ante una situación como la descrita? Sin palabras. Para la segunda escena de la obra, los que deciden sobre la cultura industrial y creativa utilizaron los dispositivos propios y por antonomasia de la sociedad del siglo XXI: ordenador portátil, proyector, pantalla y globos con números y apellidos. Si en algunos pasajes de la primera parte se escenificaron gotas de lluvia con euros llamados ‘ranós’, en la segunda fueron los globos, no todos del mismo tamaño, los que golpearon a unos seres indefensos que habían de rendir pleitesía porque en caso contrario peligraba el “que hay de lo mío” y se podía descuajeringar el entramado asociativo. En cada globo –ninguno explotó gracias a la tecnología punta-, se señalaba la cantidad asignada a empresas o entidades o bien a proyectos concretos de alcance transversal, palabra muy en boga y de gran predicamento entre los amantes de la gestión cultural. Mi amigo Evelio no recuerda que en esa fase se usara la defensa que el retorno reporta, es decir, ni se colocó el freno de mano ni hubo necesidad de meter la marcha atrás. Lo que sí se mantuvo fue el silencio de unos convidados de piedra que están adiestrados y ser fieles al refrán de “que al buen callar le llaman sabio”, o a aquel otro que contradice al anterior, “el que calla otorga”. La mezcla de los dos dichos populares presidió una desafortunada reunión a la que asistió con disgusto mi amigo Evelio, un necio parlanchín que, equivocadamente pensaba que el viaje tenía como meta que los sordomudos le explicasen al poder político, el nuevo organismo que habían parido, es decir, el conglomerado de asociaciones empresariales que se unían para acceder al ‘cim’, una suma que debía multiplicar pero que se pegó un topetazo de aúpa, moratones incluidos, que llevan por nombre Resta y Divide, un campo abonado para que aparezcan los que están llamados a ocupar todo el espacio: festivales ‘ranós’, unos cuantos, tampoco nos vayamos a pasar, porque conviene más ser comedido, un valor en alza en la Catalunya moderna. Dejando de lado conceptos, proyectos a medio y largo plazo, pensamiento crítico, reflexión y parcializando la cultura en negociados, sistema similar al mantenimiento de compartimentos estancos y sujetando el debate al metal, la casa se derrumba y aparece el fantasma “que hay de lo mío” que tanto asusta a mi amigo Evelio, el necio. Dice Evelio que el modelo cultural no debe caer en la tentación (amén) de parcializar o segmentar las líneas maestras de cada negociado y encima condimentarlo con divorcios de por medio. A esto se le conoce bajo un infausto nombre, magancha. Las necesidades y realidades culturales de hoy merecen una musculatura cultural plural y sostenible a largo plazo, con transparencia estructural e informativa. El chaparrón de los masivos eventos ‘ranós’ no debería ser el centro del debate, ni mucho menos servir de excusa para infravalorar lo perenne, lo que permanece estable y lo que a diario da sentido al montón de empresas que cohesiona, o por lo menos lo intenta, el panorama cultural catalán diseminado por todo el territorio y el que acoge a cientos de trabajadores. El éxito ‘euroranós’ es una muy buena noticia. La empresa líder del sector, es un ejemplo de eficiente gestión donde se combina en perfecto orden proyecto, estrategia, sentido de la oportunidad, marketing y desarrollo de una maquinaria bien engrasada. Dicho esto, Evelio mi necio amigo, cree que el problema de estos acontecimientos ‘tsunamis’ es que están sobrevalorados por nuestros políticos institucionales y por determinados medios de comunicación que han inflado un globo que ojalá no se desinfle para el bien de la comunidad cultural. Las grandes corporaciones, las que comunican porque disponen de plataformas para poder incidir en la opinión pública, las que aparecen como las que ofrecen patrocinio a los magnos actos, realizan un trueque y el que paga es la empresa organizadora. Un sistema de intercambio que conlleva montones de páginas, informadores especialistas situados en cada rincón donde a la vida la denominan ‘ranós’. Crónicas con alabanzas desmesuradas y donde el hecho musical queda relegado, en numerosas ocasiones, al ornamento que la cuota exige. Sin crítica no existe el vigor y si el cien por cien es acierto, caes en la endogamia y la soberbia. Sigue Evelio: no es un buen síntoma que en las sociedades democráticas la unanimidad sea adorada en exceso y llegue a homogeneizar las distintas vías culturales. Las tribus que forman parte de las mayorías (sociales, económicas, políticas), no deberían ensombrecer a las minorías y mucho menos faenar como tapones de la necesaria visibilidad. Este sería un buen trabajo de los responsables políticos en materia cultural; procurar que las minorías aparezcan con luz en una sociedad devorada por el gregarismo de masas. Corremos el riesgo, por lo menos eso piensa mi amigo Evelio, de que el bosque de los festivales de éxito masivo, no nos permita ver los árboles que son los que conforman el ecosistema. Si no ciudadanos a cada uno de los árboles, se secarán. Sin plantas individuales frondosas nos cargaremos el bosque. Evelio insiste: el esqueleto establecido por los gobiernos con sus consortes y sus respectivos consorcios, contenedores de lo que una parte de la población percibe como “cultura oficial”, alimenta un estado vegetativo en esos buques insignia. Si no somos capaces de cambiar el rumbo de los consorcios que son receptores de un porcentaje alto de dinero público y además los amasamos con los monopolios financieros y especulativos, estaremos empaquetando subproductos: políticos, intelectuales, artísticos, informativos. La globalización es una cadena de hipermercados de subproductos. Los proyectos genuinos no son bien recibidos ni tolerados. El cuadro cultural barcelonés (¿por extensión también el catalán?), inventado en la épica comunitaria de los Juegos Olípicos de 1992 y que posteriormente intentó salvar al mundo mediante el ampuloso y fallido Fòrum Universal de las Culturas en el 2004, ya no dispone de energía para resolver las contradicciones que genera la ciudad y su área metropolitana. Evelio, ese amigo mío tan necio, verbaliza con desánimo que continuamos anclados en el pantano de Sau y que el cieno de cosmopolitismo, cultura de perfil oficial, progresnobismo, creatividad, banalidad subvencionada y superficialidad izquierdosa, no es capaz de atraer a la mesa situada en el centro del gran salón del consenso a los artistas y agentes que en vez de mirarse el ombligo, adivinaron a tiempo mediante su olfato e intuición que, para superar la complejidad actual del sistema cultural, hay que colocarse en la parrilla que te conduce a la internacionalización de tus obras. Lo contrario es caer en el enredo de la maraña, la de la trampa que genera sentirte en tu país un genio incomprendido. Hemos de enjaretar la exportación y pensar en el planeta. Tenemos la obligación de recorrer el camino que nos están abriendo los jóvenes empresarios del sector, esos que no necesitan, los parabienes ni la bendición del poder político. Cuando los ‘ranós’ dejen de seducir a la juventud alternativa por parecer la pareja estable de la política, perderá su encanto y quizá comience su declive.
Lluís Cabrera Sánchez
Presidente de la Fundación Taller de Músics
PD.- Para escribir este artículo me he inspirado en la lectura de los análisis de Enric Juliana, Ingrid Guardiola y Julià de Jódar publicados en el suplemento cultura/s 473 de la Vanguardia del miércoles 13 de julio del 2011, bajo el título de ‘protesta en la ciudad de los prodigios’.